Nunca tuve una Barbie. Por razones meramente económicas la bella muñeca nunca llegó a mis manos en un día de Navidad o de Reyes Magos.
Tampoco la espere jamás, nunca me identifique con ella. Para mí era muy superficial aquella rubia perfectamente delineada, sin aparentes defectos y con la mirada perdida.
Mi prima (ya no recuerdo si había más de una que la tuviera) vivía por esa muñeca. Era como un eterno I always want to be like her... De hecho, creo que sigue siendo así.
Sé que mi hermana llego a desearla, aunque tampoco la tuvo. Obviamente por las mismas razones que yo. Por largo tiempo sufrió el hecho de no tenerla, contrario a mí, pues yo tenía a Lola, mi muñeca de trapo que ni era superficial, ni era rubia, ni era perfectamente delineada.
Llena de defectos, Lola tenía la mirada fija y una bella sonrisa. Era mi mejor escucha, mi compañera y amiga, mi gran aliada y mi paño de lágrimas adolescentes.
No llegó a los 50 años como la Barbie, pero pasado el tiempo es lo que siempre fue: un alma libre que mereció canciones, poemas y una historia que contar mientras vida quede por vivir.