martes, 31 de julio de 2007

40

Siempre me ha resultado un número interesante.
Antes, me gustaba por que pensaba que era la edad en la que alcanzaría la vejez y mucho tiempo después me dí cuenta que a los 40 empezaré a vivir (No, aún no llego, pero estoy en el camino).
En estos días el número 40 se ha empeñado en aparecer por todos lados. Al escribir esto, recuerdo que mi historia favorita de Las mil y una noches siempre fue la de “Ali Babá y los 40 ladrones”.
Hace 40 años, Gabriel García Márquez publicó Cien años de soledad. Mafalda, uno de mis personajes favoritos, ya los cumplió y al celebrarlos confirmó que “la vida comienza a los 40”. Desde enero, Camilo anda diciendo en la oficina que cumplirá 40. Por su lado, Eduardo envío hace unas semanas un correo anunciado su fiesta por llegar a lo que considera la mitad de su vida: ¡Los 40!
En alguna parte leí que en octubre se cumplirán los 40 años de la muerte del Che Guevara. En la televisión escuché que Daniel Radcliffe, el actor británico que encarna al mago Harry Potter, al cumplir la mayoría de edad recibió como regalo de cumpleaños el acceso a un patrimonio aproximado de 40 millones de dólares.
Los 40 Principales siempre me ha parecido un nombre sumamente creativo para una red de emisoras radiales en España, y que hoy existe ya en toda Hispanoamérica. Sí, es la que se anuncia en Sony.
Me encantó la actuación de Steve Carell en Virgen a los 40 y, si entramos en el tema de cine, hace 40 años que se estrenaron películas que vi muchos años después como Bonnie & Clyde, Los Doce del patíbulo, Edipo Rey, Farenheit 451 y que hoy todavía forman parte de mis favoritas. En fin, 40 es buen número. Quizás el de la suerte. Quizás sustituye al 3 en aquello de que “la tercera es la vencida”. A lo mejor sí, la 40 es la vencida.
Todo este tema del 40 es para celebrar con bombos y platillos la llegada de la número 40: Milagros, quién en su inducción escuchó el mencionado numerito y dijo: “¡Ah! Pero no se preocupe, doña, que yo duro mucho en los trabajos… A lo mejor no hay 41 por ahora...”
“Dios te oiga”, pensé en voz alta.
Milagros no me oyó. Mirando hacia arriba, también pensó en voz alta: “40, 40… Si usted supiera que lo voy a jugar el domingo a ver si me saco algo”.