sábado, 27 de junio de 2009

Degustando la tristeza

He desarrollado una inexplicable afición por el Brócoli. Creo que su color verde esperanza, su frescor, su olor, su firmeza y al mismo tiempo su suavidad, han hecho que saliera de una lista ligeramente corta de aquellas cosas que Vielka Guzmán no se le ocurre comer.
La forma en que salió de esta lista es algo inexplicable. Más que por insistencia de terceros, sucedió cuando descubrí que mi rechazo real era hacia el Coliflor. Ese horrible vegetal es tan triste que no merece siquiera ser bañado en aceite de oliva y mucho menos ser tocado por la especia más trascendental de todos los tiempos: la pimienta.
En el Tratado de Culinaria para mujeres tristes, Héctor Abad Faciolince reseña al Coliflor como una planta triste y melancólica.
Hoy, sin ningún motivo siento una tristeza florecida, una tristeza Coliflor. Para contrarrestarla, rompí la receta del tratado y en lugar de salar el Colifror con mis lágrimas y dejar que chupe mi melancolía, lo sustituí por el Brócoli, que contiene más nutrientes que ningún otro vegetal y que hace que sonría, llenándome de verdor, por dentro y por fuera.

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