martes, 20 de enero de 2009

God Bless America.

Mientras saboreaba por primera vez una sopa de plátano elaborada con la mismísima receta del famoso Versailles, disfruté como millones de ciudadanos de todo el mundo la toma de posesión del nuevo Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama.
Antes de llegar al televisor, lo seguí por Facebook como lo hizo más de un millón de personas.
Un despliegue histórico en los medios de comunicación hizo que cientos de millones en todo el mundo siguieran el evento por todas las vías posibles. No era para menos, se trata de un sueño de muchos, hecho realidad. Un sueño común, compartido desde lejos.
Hoy, envidié a cualquier ciudadano norteamericano y sé que no fuí la única en hacerlo. Muchos de nosotros sentimos envidia y no precisamente porque cuentan con una nación poderosa o económicamente estable. Hoy, envidio a los norteamericanos no por sus avances, ni por su capacidad de respuesta ante cualquier situación, tampoco por su seguridad ni por lo bien estructurado de su sistema. Hoy envidio a cada norteamericano por tener una esperanza. Por la oportunidad de renovar su fe y creer.
Hoy envidio a los norteamericanos porque tuvieron opción y eligieron sabiamente una que resulta cada vez más promisoria e interesante.

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