lunes, 4 de agosto de 2008

Entre Dominicanos la vida es más sabrosa

Lo pensé en el avión, al escuchar a todo el mundo hablar al mismo tiempo. De inmediato me di cuenta que el viaje tendría su saborcito. Justo antes del despegue, el tamborero abrazó su tambora como si fuera su hija menor. Le dio un beso luego de hacer la señal de la cruz tres veces de corrido.
Qué decir de su reacción cuando la aeromoza le indicó, mitad en inglés mitad en portugués, que debía guardarla en un compartimiento. Intervinieron cuatro de sus compañeros para asegurarle que, aunque estuviera allá delante, su tambora estaría segura. No le quedó más opción que darle otro beso en señal de “hasta luego”.

Después de ese episodio, dirigí mí vista al joven taxista. Supe que era taxista pues él se encargó de que todos lo supiéramos al exclamar desde su asiento: “¡A coger lucha de nuevo en un taxi!”. Estuvo en Santo Domingo para conocer su hijo recién nacido, el primero de cinco que piensa tener. Se queja constantemente del dinero y de lo que cuesta ganarlo, pero quiere cinco hijos, “aunque sea para pasar trabajo”, declaró mientras devoraba el chicken que le ofreció en inglés la “portuguesa”.

Dos nalgadas y una sesión de gritos desesperados desvíaron mi atención hacia la señora gorda que trata de calmar a su hijo. Nada de inteligencia emocional ni de psicología infantil. Ella maneja sus propias emociones y la de su pequeño mostrándole −a su manera− quién tiene el poder. Sólo atiné a escuchar la primera parte de su advertencia: “Todavía no hemos llegado a Nueva York, yo te agarro aquí mismo y…” La frase siguió con un gesto de sus manos que no debió gustarle mucho al niño, porque guardó silencio el resto del viaje.

Al cruzar hacia el baño, vi en primera clase una exquisita pareja que, agobiada por el ruido, saca sus ipods y sueñan con llegar a la 5ta. Avenida. Los veo ojear la revista del Sky Mall y sacan una cartera con varias tarjetas de crédito para lo que yo consideré una revisión del armamento o un inventario de las herramientas necesarias para la misión del viaje: compras en la gran ciudad.

El copiloto avisa la llegada y todos nos alegramos de ello. Minutos después, lo que pensé el mejor cierre de cualquier espectáculo: aplausos del público ante un tímido “ladies and Gentleman, welcome to New York City”. Luego de una larga caminata y grandes filas en migración, mientras esperaba las maletas me di cuenta que la mayoría de los pasajeros tomaba su equipaje y le daba un abrazo o se despedía de quien identificara como compañero de viaje (que a propósito dura unas 4 horas).

Al salir, más gestos. Manos y brazos abiertos en señal de recibo corren a buscar al que llega cargado. Gritos, abrazos con media vuelta, más gritos, más media vuelta, más abrazos (ahora con una alzadita), más gritos… Desvío mi vista ante unos japoneses que llegan de otro vuelo y veo que un señor recibe a una señora dándole algo que simula un abrazo con tres golpes en la espalda similar a los que se dan a los recién nacidos cuando toman leche.
Otro, más frío aún, sólo agarra las maletas y sigue caminando. Otro, que supera a los dos anteriores, se limita a abrir el baúl del carro para entrar las maletas del que llegó.

Pero los dominicanos, los dominicanos seguimos la algazara y de inmediato el grito más fuerte hace que vuelva la vista de nuevo hacia el tamborero, quien soltaba la tambora para salir corriendo a encontrar a quién presumo sí es su verdadera hija. La carga, la besa, la abraza, dice varias frases al mismo tiempo y al final le muestra la tambora: “¡Yo taba loco por que la vieras!”, exclamó. Ante tal manifiesto, la pequeñita abrazó la tambora, intentó tocarla y luego la beso dos veces.
Yo sólo sonreí y validé mi pensamiento inicial, entre Dominicanos la vida es más sabrosa.

6 comentarios:

Marino dijo...

Si digo algo, te daño el post. Muy ápero...

Anónimo dijo...

Los dominicanos solo son bullosos, pero de inteligentes, divertidos o sabrosos tienen muy poco, es como el viejo dicho ese de mucha espuma y poco chocolate.

Johanna Martinez dijo...

Parece que ustedes no se han encaramado en un avion lleno de dominicanos, ya sea desde o hacia Europa o Norteamerica. Existe una conexion automatica cultural (sin importar clase social) que nos identifica como gente con sangre: sentimentales para algunos, poca educacion para otros: pero innegablemente autenticos, escandalosamente divertidos y gracias a Dios sumamente bendecidos. Me encanto Vielkita!!

Unknown dijo...

Que linda: beso la tambora.

Unknown dijo...

Y este anonimo, es noruego?

Nessa dijo...

Ay anonimo, get a life! Lo mas seguro sigues dolido por esa dominicana que te boto por "desabrio".
Lei esto cuando lo publicaron en Oh! Magazine y me identifique mucho con el, porque definitivamente no hay nada como estar en un vuelo lleno de dominicanos. Desde que te subes hasta que te bajas es toda una experiencia. Creo que somos los unicos que aplaudimos cuando aterrizamos, y algunos no me van a creer esto pero una vez venia en un vuelo, no recuerdo de donde, en el cual la azafata dijo que el piloto no habia escuchado los aplausos y que por eso no abriria la puerta del avion. No se si nos estaba tomando el pelo, pero creo que los aplausos se escucharon en el parqueo del aeropuerto. Que bueno que lo publicaste en tu blog.