lunes, 18 de agosto de 2008

La viuda de en frente

¡No puede ser! Y ahora, ¿Qué haré? La escuchaba decir desde la ventana de mi baño. Vestía de negro, como todos los que llegaban junto a ella. Sólo una más lloraba detrás, aunque no de igual forma, lo hacía con un dolor similar: No quiero entrar, esa ya no es mi casa. Si mi Papá no está ahí, esa ya no es mi casa.
Pasaron dos meses y casi la olvidé. Por más que me asomaba a la ventana, el parqueo seguía sin ella. La buscaba cada mañana con la casi necesidad de verla encender el Pontiac que hacía meses encendía él antes de irse a caminar junto a ella cada mañana.
De repente, cuando casi olvidaba su existencia, noté que la viuda de en frente apareció de nuevo y seguía igual de triste, tanto que a veces, a pesar de estar ahí no la veía.
Dos años despúes la veo de nuevo y esta vez, muy diferente. La Rubia de enfrente estaba sentada en el mismo lugar donde antes lloraba.
Ya no está sola, tiene compañía, ahora ríe a carcajadas y la sigo viendo desde mi ventana, como una señal inequívoca de que todo, absolutamente todo, por más difícil que parezca, pasa.
Como diría Rosa Francia Encarnación, hasta la ciruela pasa.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Definitivamente la cura de los sufrimientos es EL TIEMPO, no importa que tan difícil sea una situación, simplemente sigue su ciclo: va a la gaveta de los recuerdos, la que solamente abrimos para sacar experiencias y enseñanzas.
Rosa Francia

Nessa dijo...

Nada como el tiempo para curar heridas y olvidar sin sabores.